Hola… ¡Feliz Pascua de Resurrección! Ante todo, esta expresión de júbilo y de buenos deseos para todos ustedes, amigos y amigas de esta columna, y por supuesto, del periódico.
El pasado domingo, Jesús entraba triunfante en la ciudad de Jerusalén. Lo hacía montado sobre un pollino, un asno, como símbolo de la humildad de aquel Rey proclamado por el pueblo judío. Pero la actitud de Jesús no era la del rey que se sienta en un trono de oro, sino la de quien escoge uno de los animales más humildes de la creación para manifestar su realeza. No era un caballo peruano de paso, no era un león ni un elefante. Su reinado se reveló sobre un pollino, el más sencillo de los animales. ¿Fue este un gesto de humildad? Por supuesto que sí.
Lo que el domingo pasado fue una entrada triunfal en Jerusalén por una de las puertas de la ciudad amurallada, dio paso en esta semana a una salida por otra puerta paralela, al otro lado de la ciudad. Ya no montado sobre un pollino como Rey, sino cargando el madero de la cruz, como un reo llevado al cadalso, para morir con la muerte más ignominiosa que un soldado romano podría infligir a un ciudadano judío.
Dos aspectos de ignominia: El primero, que el reo debía ser crucificado sin ropa alguna. Esto, para un judío, era impensable. Era lo más bochornoso y degradante que se le podía hacer a una persona, y Jesús pasó por esta humillación.
El segundo, morir crucificado. No había muerte más cruel y deshonrosa. Pero observemos: Jesús entra en Jerusalén proclamado como Rey sobre un pollino, y cinco días después, sale de la ciudad cargando un madero, para ser crucificado en las afueras de la ciudad, en un lugar llamado Gólgota. Esta pequeña colina estaba ubicada en la vía de acceso a Jerusalén, por donde pasaban todos los que querían ingresar a la ciudad. Los romanos eligieron este lugar para que sirviera de escarmiento, de advertencia para quienes pensaran sublevarse: que al ver el trágico destino de los rebeldes, se disuadieran de intentarlo.
Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo”, y es verdad, porque su reinado no comenzó sobre un pollino, sino clavado en la cruz. Y como dice el poema: “Muéveme el verte Señor clavado en una cruz y escarnecido, muéveme el ver tu cuerpo tan herido, mueve tus afrentas y tu muerte”. Y es desde ese lugar donde Jesús le dice al buen ladrón: “Hoy vendrás conmigo a mi reino”.